TODOS SANTOS, Guatemala — Esta localidad montañosa envuelta en la niebla en el noroeste de Guatemala exuda un animado aire de buena fortuna, incluso de prosperidad, que podría no concordar con el paisaje de campos de maíz y parcelas de vegetales de subsistencia.
Las casas de hormigón y estuco de tres y hasta cuatro pisos se elevan sobre viviendas tradicionales hechas de ladrillos de adobe y tablones de madera.
La fuente del auge de las viviendas no son los ingresos por la venta de cultivos o el turismo ocasional. Más bien, Todos Santos funciona con los ahorros enviados a casa desde Estados Unidos.
“Estados Unidos me ayudó más que el gobierno de Guatemala”, afirmó Efraín Carrillo, de 40 años, afuera de la casa de tres pisos que construyó con tres años de ahorros trabajando en el norte como jornalero hace una década. “Fui deportado, pero estoy agradecido con los Estados Unidos”.
La casa cuenta con una tienda de abarrotes en la planta baja para proporcionar ingresos, mientras que Carrillo y su esposa viven arriba y sus dos hijos adolescentes residen con parientes en Estados Unidos.
Ondeando desde un balcón está la bandera guatemalteca, y junto a ella otra imagen común aquí: la bandera de las barras y las estrellas.
La proliferación de banderas estadounidenses es un testimonio de la importancia de la migración ilegal aquí, y la dificultad de reducirla.
Por el momento, las autoridades mexicanas, bajo la presión de la administración Trump, están tomando medidas enérgicas contra la migración con destino a Estados Unidos procedente de Centroamérica, desplegando tropas de la Guardia Nacional mexicana a lo largo de las carreteras que conducen desde la frontera sur del país y aumentando las deportaciones.
El esfuerzo parece estar dando resultados, con una reducción del 28% en las detenciones en junio a lo largo de la frontera suroeste de los EU en comparación con mayo.
Pero a largo plazo, tales campañas pueden hacer poco para detener el éxodo de lugares como Todos Santos.
La violencia de las pandillas y la persecución política, dos de las razones más comunes que dan los centroamericanos cuando solicitan asilo en la frontera de Estados Unidos, no son problemas importantes aquí. La migración es impulsada por la economía.
Se ha arraigado profundamente en la cultura y se ha convertido en un rito de iniciación para muchos hombres jóvenes y cada vez más para mujeres y niños. Al parecer, todas las familias aquí tienen un pariente cercano en el norte, desde California hasta Florida, desde Oregón hasta Virginia.
“¿Qué haríamos sin Estados Unidos?”, preguntó Julián Jerónimo, un maestro de 49 años que pasó cuatro años en el área de la Bahía de San Francisco, trabajando en restaurantes y una tienda de fertilizantes mientras compartía un apartamento con media docena de otros migrantes, antes de regresar en 2004 para construir una casa. “Entendemos que Estados Unidos quiere controlar la inmigración. Por supuesto, a Trump le preocupan los delincuentes que ingresan al país, los terroristas. Pero la gente de Todos Santos va al norte a trabajar”.
Distanciada del gobierno central de Guatemala, la ciudad parece estar más cerca emocionalmente de Oakland, un destino popular, que de la Ciudad de Guatemala. Hay un profundo respeto, incluso reverencia, por los Estados Unidos.
En los últimos años, Jerónimo ha visto cómo los padres han llevado sistemáticamente a sus hijos al norte, disminuyendo la matrícula en su escuela rural.
“Este año perdimos a seis niños que se fueron a Estados Unidos”, dijo, y agregó que otros planean irse una vez que terminen la primaria.
“Ven que su hermano tiene una casa nueva o un auto nuevo y dicen: ‘Yo también quiero eso’. Esa es una mentalidad muy difícil de cambiar”.
En Estados Unidos, los migrantes de Todos Santos han sido tradicionalmente trabajadores poco calificados, trabajando en la agricultura, el paisajismo, los restaurantes y en las plantas de procesamiento de carne y aves.
Pero en casa, son algo más: pilares de la comunidad, historias de éxito que deben emularse, creadores de tendencias que financian casas lujosas, a veces con entradas amuralladas, senderos para vehículos e incluso jardines, imitando los suburbios de EU en un estilo ostentoso conocido como arquitectura de las remesas.
“No hay mucho que la gente pueda hacer en Todos Santos para ganarse la vida”, dijo Jennifer L. Burrell, una antropóloga de la Universidad Estatal de Nueva York en Albany que ha estudiado la ciudad durante más de dos décadas. “Entonces, si tienen aspiraciones, si desean enviar a sus hijos a la escuela, educarlos, comprar terrenos, etc., la única forma de lograrlo es mediante la migración”.
El extenso municipio de 33 mil habitantes, ubicado en la fría cordillera de Cuchumatanes, a ocho mil pies sobre el nivel del mar, califica como una “aldea transnacional”, describe Burrell.
Los residentes se maravillan de los hijos e hijas de expatriados criados en los Estados Unidos que regresan de visita.
“¡Todos son adultos y nos dicen que todavía van a la escuela, a la universidad!”, relató Fortunato Pablo Mendoza, un maestro retirado de 67 años. “¡Imagine eso! Aquí no había nada que hacer después de terminar la escuela primaria sino trabajar en el campo”.
En Todos Santos, incluso las tumbas en el cementerio llevan banderas estadounidenses.
Muchos migrantes guatemaltecos provienen de puestos fronterizos rurales como Todos Santos, donde la mayoría de los residentes son de herencia indígena y hablan mam, una lengua maya, mientras todavía visten trajes tradicionales: faldas y blusas bordadas para las mujeres, pantalones y camisas a rayas y sombreros de paja para los hombres.
Oficialmente, casi el 90 por ciento de los residentes de Todos Santos vive en la pobreza, pero esas estadísticas no tienen en cuenta los ingresos sustanciales de las remesas. El año pasado, los guatemaltecos en el extranjero, principalmente en los Estados Unidos, enviaron a sus hogares 9 mil 500 millones de dólares, o el 12 por ciento del producto interno bruto del país.
La gente aquí expresó su desprecio por el gobierno guatemalteco, que es notoriamente corrupto y, según el Banco Mundial, gasta menos en salud, educación y otros servicios sociales que la mayoría de los otros países latinoamericanos.
La migración es la red de seguridad social: los migrantes mayores regresan a medida que los más jóvenes se dirigen al norte.
“Amo a mi localidad, su gente, su idioma, su cultura”, destacó Gilberto Calmo, de 54 años, uno de los muchos que han regresado. “Pero los jóvenes ven toda la hermosa construcción de casas nuevas en Todos Santos, se emocionan y quieren lo mismo”.
Al igual que muchos, Calmo huyó a México a principios de la década de 1980 para escapar de la peor violencia de la guerra civil de tres décadas de Guatemala, que terminó oficialmente en 1996. Los militares guatemaltecos emplearon una estrategia de tierra arrasada en muchos pueblos indígenas, a los cuales consideraba como aliados de los guerrilleros de izquierda.
Calmo regresó a Todos Santos dos años después, pero pronto se unió a un éxodo de residentes de las tierras altas que ya no se sentían bienvenidos o seguros. Comenzaron a emigrar hacia el norte en un momento en que la frontera entre Tijuana y San Diego estaba abierta en gran medida y cientos, a veces miles, pasaban por ahí casi a diario.
Cuando Calmo llegó a Los Ángeles en 1988, dijo, pasó los primeros días viviendo debajo de un puente de autopista.
“Luego conocí a algunos guatemaltecos que habían estado en el norte por muchos años”, relató. “Me ayudaron, me alojaron en su departamento y comencé a trabajar en una fábrica coreana en Los Ángeles”.
Después de tres años cosiendo pantalones en la maquiladora, había ahorrado lo suficiente para regresar a casa con su esposa e hijos y comprar una nueva casa y algunos campos cafetaleros.
La inversión en el café tuvo resultados mixtos, ya que los precios se han desplomado en los últimos años, otro factor que estimuló la migración guatemalteca.
Ahora tres de los seis hijos de Calmo residen en Estados Unidos y están ayudando a la familia aquí.
En los últimos años, un número creciente de familias también se ha mudado al norte.
Se ha corrido la voz en toda América Central de que los migrantes pueden evitar la detención a largo plazo en Estados Unidos al llegar a la frontera con niños menores y solicitar asilo.
“Es mucho más fácil entrar a Estados Unidos con un niño”, señaló Claudia Pérez, una madre de ocho hijos cuyo esposo y su hija de nueve años cruzaron a México en abril, viajaron por tierra a través del país y luego se entregaron a las autoridades fronterizas estadounidenses.
Eventualmente llegaron a Virginia y se mudaron con un pariente para esperar a que se procesara su caso de asilo político. Los motivos de su reclamación no estaban claros.
Santos, el hijo mayor de 18 años de Pérez, de un matrimonio anterior, ya había estado viviendo en Estados Unidos durante tres años, enviando dinero para continuar la construcción de una casa de dos pisos con falsas columnas dóricas que se cierne sobre las magras parcelas de frijol y maíz de la familia.
Dina Calmo y su esposo, Luis Ramos, ambos de 17 años, dijeron que ellos también estaban considerando irse a Estados Unidos con su hijo de seis meses, Dairon. Una prima y su hijo habían llegado recientemente allí en una semana.
Pero los peligros conocidos del viaje han disuadido a Calmo y a Ramos por ahora.
“Hay muchas personas de Todos Santos que se han ido al norte y nunca más se supo de ellas”, dijo. “¿Quién sabe lo que les pasó?”
Antes de la misa en la iglesia católica de la ciudad, la gente del pueblo ofrecía donaciones en nombre de sus seres queridos en los Estados Unidos, presentando súplicas manuscritas de que sus familiares en el extranjero se mantengan sanas, sigan enviando dinero y logren obtener documentos legales en su nación adoptiva.
“Rezo todos los días para que mis hijos sean legalizados”, aseguró Faustino Matías Pablo, de 50 años, un residente de Florida, y explicó que tres de sus hijos viven ilegalmente en Estados Unidos. “Espero que el presidente Trump los ayude”.
El padre Edgar Tarax, quien presidió la misa, más tarde expresó escepticismo de que los esfuerzos actuales de aplicación de la ley de México, que han llevado a algunos residentes a suspender sus planes de emigración, pudieran frenar el movimiento hacia el norte a largo plazo.
“¿Cómo se puede detener la emigración cuando sirve a una necesidad humana fundamental de sobrevivir?”, preguntó el sacerdote en el patio de la iglesia mientras los fieles asentían. “Nuestra gente va al norte y trabaja día y noche para enviar dinero para construir casas, comprar tierras y ayudar a sus familias. Esa es la vida en Todos Santos”.
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