Mientras su hija yacía en un charco de sangre en un Walmart de El Paso, un pastor mantuvo su fe

Tribune Content Agency

EL PASO, Texas — El pastor nunca había rezado tan fervientemente.

Michael Grady acababa de enterarse de que su hija de 33 años yacía en un charco de sangre en Walmart.

Con tres heridas por disparos, Michelle Grady había logrado marcar su teléfono celular para llamar a su madre, Jeneverlyn, quien saltó a su automóvil y la mantuvo en la línea hasta que llegó a la tienda.

Su esposa lo llamó desde la tienda y Michael Grady corrió para unirse a ellas. El viaje desde su casa hasta el Walmart normalmente dura unos siete minutos. Se sintió más largo.

Cuando finalmente llegó, el estacionamiento ya estaba acordonado. Vio el auto de su esposa junto al teatro al lado de la tienda, se estacionó y corrió.

Pero su cuerpo de 65 años, que había sufrido una cirugía cardíaca de bypass cuádruple unos años antes, no podía moverse tan rápido como le hubiera gustado.

Grady rezó.

“Le pedía a Dios que se asegurara de que Michelle no tuviera mucho dolor o estuviera sufriendo”, dijo. “Que llegáramos hasta ella y la encontráramos. Esa era mi súplica”.

Cuando la vio, la situación era mala. “Sabía que ella no estaba bien, pero le dije que iba a estar bien”.

No era una mentira, era una esperanza. El pastor no cree que Dios cumpla las peticiones de oración como Santa Claus.

No había suficientes camillas para sacarla, así que Grady y su esposa levantaron su cuerpo en un carrito de compras Walmart usado para artículos de gran tamaño y la llevaron a una ambulancia.

Ellos esperaron. Sintieron que el tiempo se estiraba y condensaba. Las cosas necesitaban moverse más rápido, pensó Grady. Después de que un equipo de emergencia metió a Michelle en una ambulancia, su esposa la acompañó. Él corrió, con el pecho agitado, de regreso al auto, luego aceleró hacia el Centro Médico Universitario de El Paso.

El médico de la sala de emergencias le informó al pastor, a su esposa y a sus otras dos hijas que una bala le había penetrado el muslo derecho y le había facturado la pelvis. Su dedo medio casi se le desprendió. Sus intestinos eran un desastre.

Él escuchó las palabras que el médico le estaba diciendo sobre su hija (a la que llama “Do-Wop” porque es baja de estatura y siempre lo miraba hacia arriba) pero solo entendió una cosa: todo estaba realmente mal.

Le notificaron que necesitaba cirugía, probablemente más de una. No había garantías. Rezó para que los médicos tuvieran sabiduría. Rezó para que su hija, él y su familia tuvieran valor, sin importar el resultado. Rezó por las familias de las otras víctimas.

Grady, un hombre corpulento con una voz profunda, sabía mucho sobre la muerte. Había enterrado a una hermana, dos hermanos y su madre.

Cuando tenía 17 años, trabajó en una funeraria y había planeado convertirse en embalsamador. Pero unos años más tarde, la funeraria se incendió y se quedó sin trabajo. Era 1974 y no estaba completamente seguro de lo que haría, había estado predicando desde que tenía 12 años y pensó que tal vez ese sería su camino.

Entonces, un día, caminaba hacia su casa cuando vio una estación de reclutamiento militar. El del Ejército de los Estados Unidos fue el primer mostrador que vio y un hombre le preguntó si le gustaría viajar. Grady respondió que ni siquiera tenía auto. Además, pensaba en ser predicador. El reclutador le comentó que podía ser capellán.

Se unió.

Grady estaba recién casado y él y su esposa fueron enviados a Grecia, Italia, Turquía y Alemania. A varios lugares en Estados Unidos también. Tuvieron tres hijas y un hijo. Comenzó a asesorar a veteranos, personas que habían visto morir a sus amigos, personas que habían visto el fin de sus matrimonios, gente desesperada preguntándole dónde estaba Dios mientras padecían su tragedia.

Ahora estaba sentado en la sala de espera de un hospital, preguntándose si iba a perder a su hija.

“No traté de darle excusas a Dios”, confesó. “Dios tiene un propósito, incluso en esto y él está contigo, y el pueblo de Dios está contigo para cubrirte con amor y gracia y caminar contigo en este viaje. Dice ‘camina por el valle de la sombra de la muerte’, no ‘detente en el valle de la sombra de la muerte’”.

Los médicos salieron de la cirugía a última hora de la tarde del sábado y dijeron que sus signos vitales estaban estables, pero que necesitaría otra cirugía el domingo.

Grady es pastor de Prince of Peace Christian Fellowship, un edificio de color amarillo a menos de 10 minutos de donde ocurrió el tiroteo. Con alrededor de 45 congregantes, necesitaba asegurarse de que la iglesia estuviera abierta. Un asistente se ofreció a predicar por él.

En un domingo normal, sus hijas, incluida Michelle, llegaban un poco después de las 10 a.m. y comenzaban a prepararse como parte del equipo de alabanza y adoración de la iglesia. Grady preparaba su sermón.

A las 12:30 p.m., su esposa e hijas se iban a casa para su cena semanal. Él sería el último en irse, “no es una megaiglesia, así que tengo que cerrar”, agregó.

Grady relató que comían y jugaban. Un juego que Michelle dominaba implicaba escuchar música a alto volumen a través de auriculares y leer los labios. Sin embargo, él podía vencerla en dominó.

Pero este domingo estaba sentado en el hospital. Para esa tarde, los médicos le comentaron a Grady y a su familia que la cirugía había tenido éxito. Sin embargo, no estaba claro si ella conservaría su dedo.

Permaneció fuertemente sedada, pero cuando su familia entró en la habitación, parpadeó. La familia rezó ahí dentro.

El lunes, Grady estaba en el hospital cuando le quitaron el tubo de respiración. Michelle estaba ronca y no podía hablar. Pudo mover un poco las manos. Él se sintió agradecido por ese pequeño gesto.

Mientras Grady tomaba un breve descanso en una sala de espera, su teléfono seguía sonando. Su amiga, la representante federal Verónica Escobar, cuyo distrito incluye gran parte de El Paso, y con quien el pastor afroamericano había trabajado en El Paso en materia de derechos civiles, llamó para obtener una actualización. Lo mismo hicieron los amigos del Ejército que hizo en Corea del Sur e Italia.

Se sintió conmovido por la efusión, pero él quería volver a la UCI para ver a su hija. Después de más de dos días allí, conocía ya los confusos pasillos del hospital. Subir por el ascensor. Pasar por ??dos juegos de puertas dobles. Ir más allá de la mesa llena de cajas de pizza vacías y una sala llena de gente que también estaba esperando. Las enfermeras sonreían o asentían a su paso. La tragedia había generado familiaridad.

No estaba seguro de cuáles serían sus primeras palabras cuando ella finalmente pudiera hablar. Esperaba: “Hola, mami. Hola, papi”. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

Grady asomó la cabeza por la puerta, Michelle estaba llorando.

“Hemos estado con ella desde que le dispararon, hemos estado aquí todos los días”, dijo fuera de su habitación. “Y estaremos aquí para tratar de secar sus lágrimas y hacerle saber que todo estará bien”.

Respiró hondo y entró.

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