México no resolvió el asesinato de su padre, así que tuvo que hacerlo él mismo

Tribune Content Agency

TEPOZTLÁN, México — Juan Carlos Quiroz estaba trabajando hasta tarde en la Ciudad de México el 16 de marzo de 2017, cuando su hermana mayor le llamó con una noticia angustiosa. Esa tarde, en el pueblo natal de la familia, a pocas horas de distancia, su padre de 71 años había desaparecido.

Albino Quiroz Sandoval, un director de una escuela secundaria jubilado que a menudo tenía la nariz metida en un periódico, había salido de su casa esa tarde para acudir a una ferretería cercana.

Los miembros de la familia buscaron en las calles empedradas de Tepotzlán, un pueblo de 14 mil habitantes situado en lo alto de una cadena montañosa en el estado de Morelos, y finalmente encontraron su sedán Toyota a casi una milla de la tienda.

Suponiendo que su padre había sido secuestrado, Juan Carlos se dispuso a la mañana siguiente a presentar un reporte de persona desaparecida, un proceso que tomó 12 horas y requirió que visitara cuatro oficinas gubernamentales separadas.

Ese mismo día, la policía envió a un solo agente de la capital del estado de Cuernavaca para investigar, pero se fue después de no encontrar ninguna pista. A medida que pasaban las horas y nadie llamaba pidiendo rescate, quedó claro que Albino no había sido secuestrado.

La historia pudo haber terminado ahí: otra desaparición no resuelta en una nación donde más de 40 mil personas están registradas como desaparecidas y la tasa de homicidios este año está en un nivel récord, con más de 31 mil asesinatos.

La impunidad rampante prevalece en México pese a la modificación del sistema judicial en 2016 destinada a lograr más condenas. Al menos a corto plazo, los cambios radicales parecen haber dificultado el enjuiciamiento de los delitos, ya que los nuevos requisitos del debido proceso son violados rutinariamente por agentes forenses mal equipados, fiscales mal capacitados y agentes de policía que aceptan sobornos.

Solo el cinco por ciento de los asesinatos en México terminan en una condena. Los obstáculos son especialmente desalentadores en Morelos, donde en 2018 la tasa de condenas fue inferior al uno por ciento.

Juan Carlos y su familia se dieron cuenta rápidamente de que se enfrentaban no solo a quien fuera responsable de la desaparición de Albino, sino también a su propio gobierno.

Muchas familias (especialmente aquellas con menos educación o menos recursos) se hubieran dado por vencidas. Pero Albino, quien rara vez faltó a un día de trabajo en sus 48 años como educador, había imbuido a cada uno de sus cuatro hijos de una fuerte brújula moral y devoción por la verdad.

Le dio a Juan Carlos un ejemplar de “La Odisea” cuando tenía solo ocho años y vio con orgullo como su hijo se fue a estudiar a una preparatoria de la Ciudad de México a los 15 años, obtuvo una maestría en relaciones internacionales en la Universidad Johns Hopkins a los 31 años y eventualmente se convirtió en analista de energía para el gobierno mexicano.

Así que Juan Carlos dejó su dolor a un lado y lanzó su propia investigación.

“Me di cuenta de que no era mi trabajo condolerme”, dijo recientemente. “Tenía que buscar respuestas, o no iba a conseguir ninguna”.

Dos días después de la desaparición de su padre, con la neblina de la mañana todavía pegada a las montañas, Juan Carlos se puso en marcha a pie para buscar tiendas equipadas con cámaras de vigilancia.

La policía no las había revisado.

Para esa tarde, consiguió su primera pista: un video que mostraba a su padre saliendo de la ferretería, subiendo a su vehículo y conduciendo en dirección opuesta a su casa.

La familia logró otro avance esa noche. Circulaban rumores de que Albino había contactado a un funcionario municipal para que le ayudara a recuperar el dinero que le había prestado a un hombre de la localidad que lo estaba postergando con amenazas de violencia.

La familia se apresuró a ir al escritorio de madera de Albino y encontró varios recibos escritos a mano que mostraban que, en efecto, había prestado más de mil dólares a un hombre llamado Juan Carlos Reyes Lara.

El nombre fue instantáneamente reconocido por la esposa de Albino, Maricela, quien recordó que Reyes había venido a la casa tres veces pidiendo dinero para ayudar a una hija que afirmó estaba en el hospital. Albino le pagó dos veces, explicándole a Maricela que era “lo más humano” que podía hacer.

Reyes, quien trabajaba como abogado especializado en negocios de tierras y que una vez había prestado servicio en la fuerza policial de Tepotzlán, era conocido en la ciudad por presumir de sus habilidades de karate y sus supuestas conexiones con el crimen organizado. Su pequeña oficina que le servía de fachada estaba ubicada en la calle donde se había encontrado el auto de Albino.

Juan Carlos le contó a la policía lo que él consideraba una nueva pista explosiva, pero ellos mostraron poco interés.

Así que empezó a recorrer Tepotzlán en busca de cualquier cosa de la que pudiera enterarse sobre el ex policía amante del karate. Cinco días después de la desaparición de su padre, encontró a una maestra jubilada que dijo que ella también le había prestado dinero a Reyes y que la había amenazado cuando pidió que se lo devolviera.

“Te mataré a ti y a tu familia”, reveló ella que él le había gritado en un mercado muy concurrido. “¡Y haré desaparecer los cuerpos!”

Juan Carlos se había aferrado a la esperanza de que su padre siguiera vivo, pero eso se evaporó cuando otra mujer le dijo que un testigo (a quien tuvo demasiado miedo de mencionar por nombre) había visto a un hombre que se parecía a Albino siendo atacado y lo había denunciado a un agente de la policía local.

Cuando Juan Carlos regresó a Cuernavaca para relatar la historia a la policía, el agente que tomó el reporte le pidió que mintiera y dijera que él mismo había visto como golpeaban a su padre.

“Me dijo que no era suficiente, que ningún juez daría la orden de aprehensión de un sospechoso basándose únicamente en declaraciones de una segunda persona”, recordó Juan Carlos. “Le dije: ‘No, esto es todo lo que voy a decir'”.

A su hermana mayor, Georgina, le preocupaba que Juan Carlos no estuviera al tanto de las realidades de México.

“No sabes la corrupción que existe”, le recordó. “Crees en las leyes, pero las leyes no se cumplen aquí”.

No le tomó mucho tiempo a Juan Carlos y sus hermanos localizar al agente que estaba de guardia cerca de la oficina de Reyes el día de la desaparición.

El agente explicó que había estado demasiado ocupado dirigiendo el tránsito para investigar la denuncia sobre la paliza y que sus supervisores también habían ignorado la denuncia.

No se disculpó, pero ofreció el nombre del testigo.

Juan Carlos encontró al testigo que trabajaba en una tienda cercana, pero el hombre estaba demasiado nervioso para hablar en Tepotzlán. Se reunieron esa tarde en un café de Cuernavaca, donde el hombre contó su historia, que más tarde le contó al Times.

Pasaba por la oficina de Reyes en la tarde del 16 de marzo cuando escuchó gritos. Dentro del local abierto un hombre más joven se inclinaba sobre un hombre mayor sentado en una silla, golpeándolo con los puños.

“¡Es un anciano!”, gritó el testigo. “Hay una mejor manera de resolver esto”.

El viejo se puso en pie con dificultad y miró hacia abajo por un momento, solo para ser sorprendido por un golpe que lo noqueó. Se desplomó en el suelo, donde quedó inmóvil.

Reyes ordenó al testigo que se fuera: “¡Vete o te golpearé a ti también!” Luego, cerró de golpe la puerta metálica de su local.

A instancias de Juan Carlos, el testigo accedió a compartir su historia con las autoridades. En los meses siguientes, la esposa del hombre se aterrorizó tanto de convertirse en blanco por haber hecho la delación que comenzaron a prohibirle a sus hijos que salieran a la calle a jugar.

Pero el testigo dijo que creía que era su obligación participar en el caso, aunque muchos mexicanos se hubieran quedado callados por miedo al crimen organizado.

“Todos queremos que el sistema cambie”, enunció. “Pero si no haces tu parte, nunca sucederá”.

Dos domingos después de la desaparición, en la madrugada del 26 de marzo, una caravana de camiones de la policía estatal entró en Tepotzlán.

Los agentes irrumpieron en la casa que Reyes compartía con su esposa y se lo llevaron esposado. Los investigadores comentaron que su oficina parecía haber sido recientemente limpiada con lejía y repintada, pero las pruebas de ADN mostraron con casi total certeza que unas pocas gotas de sangre encontradas en una silla allí pertenecían a Albino.

La justicia parecía tentadoramente cercana, pero Juan Carlos se dio cuenta de que la incompetencia, la indiferencia y posiblemente la corrupción del gobierno seguían siendo serios obstáculos.

El cuerpo de Albino seguía desaparecido, y las autoridades estaban haciendo poco para encontrarlo. En agosto, su familia convenció a los investigadores del estado para que les ayudaran a buscar en las tierras que poseía Reyes, pero los funcionarios se presentaron en la zona fangosa sin palas ni otros suministros básicos.

También quedó claro que los fiscales habían cometido errores críticos.

En una audiencia preliminar en la corte unos días después del arresto, los fiscales de alguna manera omitieron mencionar que tenían un relato de testigos oculares de la golpiza. El juez redujo los cargos contra Reyes de secuestro a detención ilegal, dándole a Reyes el derecho de pedir ser liberado mientras esperaba el juicio.

Cuando Reyes solicitó a la corte que le permitieran salir de la cárcel, un fiscal le dijo a Juan Carlos y a su familia que la mejor opción sería evitar un juicio por completo y en su lugar tratar de negociar un acuerdo con el acusado a través de un mecanismo alternativo de resolución de disputas que es una característica clave del nuevo sistema de justicia. Reyes tendría que pagar una indemnización a la familia, pero no admitir su culpabilidad.

La familia quedó atónita. Maricela salió de la reunión pensando que la familia no tenía otra opción.

Se suponía que iban a recibir orientación de un abogado nombrado por el gobierno de acuerdo con un mandato del nuevo sistema judicial, pero la abogada se había perdido fechas cruciales de la corte y se quejó de que estaba sobrecargada de trabajo.

No dispuesto a rendirse, Juan Carlos acudió a un grupo de derechos humanos en busca de ayuda. Fue entonces cuando encontró a Efraín Márquez Durán.

Hijo de un electricista y una costurera, Márquez siempre soñó con ser médico. Cambió de camino cuando obtuvo una beca para estudiar derecho.

Se graduó a finales de 2007 y tomó un trabajo como asistente judicial en Morelos en la cúspide de la revisión más radical del sistema de justicia desde la Revolución Mexicana.

El viejo sistema era notoriamente opaco, con casos argumentados vía pilas de papeleo presentadas ante un juez. El soborno y la tortura eran comunes, y las personas designadas para la policía y el poder judicial eran a menudo considerados correctamente como instrumentos de control del Estado.

El sistema estaba especialmente mal equipado para impartir justicia en el creciente número de casos relacionados con el tráfico de drogas y otros delitos organizados. En 2008, con el aumento de los homicidios, el gobierno realizó un cambio constitucional que, según el entonces presidente Felipe Calderón, modernizaría el sistema de justicia.

La transición se llevó a cabo durante ocho años y fue apoyada con más de 400 millones de dólares en ayuda estadounidense.

Se suponía que el nuevo sistema reforzaría la independencia de los jueces, convertiría a la policía en investigadores imparciales y trasladaría los juicios a eventos públicos celebrados en un tribunal.

Pero al mantener a los funcionarios en un alto nivel, el nuevo sistema ha creado sus propias controversias.

El cambio fue caótico, ya que algunos estados esperaron hasta unos pocos meses antes de que el sistema entrara en vigor para comenzar a capacitar al personal. La policía se queja de pilas de nuevo papeleo, los jueces se quejan de errores en los reportes policiales y los fiscales culpan a los jueces por dejar ir a los criminales.

Ahora, se presume la inocencia de los sospechosos, lo que hace que los fiscales tengan que probar su culpabilidad y seguir el debido proceso para evitar que los acusados queden libres por violaciones de procedimiento.

Los legisladores en algunas partes del país han culpado al nuevo sistema por el aumento de los asesinatos en todo México. Este año, el presidente Andrés Manuel López Obrador presionó con éxito a los legisladores para que hicieran retroceder parte de la reforma y triplicar el número de delitos que requieren la detención preventiva obligatoria.

Expertos judiciales insisten en que el nuevo sistema era muy necesario y que mejorará con el tiempo. Para ellos, personas como Márquez representan la gran esperanza de que la reforma tenga éxito.

Un programa estadounidense lo capacitó en el nuevo sistema, incluyendo cómo llevar a cabo los juicios orales, y dirigió talleres propios en los que explicó el nuevo sistema a los jueces.

Con el tiempo se convirtió en un abogado defensor penalista, a menudo ayudando a los traficantes de drogas a vencer al sistema de justicia al encontrar fallas en la investigación y presentación del caso por parte del estado.

Pero cuando Juan Carlos y su esposa, Valerie, llegaron a su oficina en Cuernavaca a finales del 2018 y les hablaron de Albino, Márquez se conmovió. Años antes, su cuñada había sido asesinada por un narcotraficante, y Márquez había representado a su familia en su primer juicio, ayudando a los fiscales a obtener una condena por asesinato.

Al revisar los documentos que Juan Carlos había llevado, Márquez instantáneamente vio problemas.

Los investigadores, por ejemplo, habían obtenido algunos de los registros telefónicos de Reyes sin la debida autorización, y tampoco habían presentado en sus documentos a los tribunales los recibos que demostraban que Reyes debía dinero a Albino.

Si aceptaba el caso, dijo Márquez, el mayor desafío sería hacer que el Estado hiciera su trabajo.

A Juan Carlos le pareció que alguien finalmente entendía su situación.

Su esposa le envió un mensaje de texto en la reunión: “¡Contrátalo!”

La primavera pasada, un panel de tres jueces se reunió en el occidente de Morelos en una nueva corte construida junto a una prisión que es notoria por sus frecuentes disturbios.

Se había necesitado un año de conferencias de prensa y reuniones tensas con funcionarios de Morelos, pero Márquez había presionado con éxito al estado para que asignara un nuevo fiscal al caso de Albino, y ese fiscal había presionado para que Reyes fuera juzgado por el cargo más grave de secuestro con intención de causar daño.

El primer día de la corte, el 6 de marzo, Márquez y el fiscal se sentaron juntos en un pequeño escritorio. Detrás de ellos estaba la familia Quiroz, con Juan Carlos sentado perfectamente recto, con las manos en su regazo.

Al otro lado de la sala, Reyes se sentó al lado de su abogado defensor vestido con una camisa polo naranja.

La madre de Juan Carlos subió al estrado de los testigos, vestida de blanco, más tarde ese mismo día. Le contó a los jueces sobre las visitas de Reyes a la casa y la última vez que había visto a Albino. Habían compartido un almuerzo de pozole y él le había asignado a su nieta algunos problemas de matemáticas para que los trabajara mientras corría a la ferretería.

Unos días después, habló el testigo más importante del estado: el hombre que dijo haber visto a Albino siendo atacado. El nombre del hombre no fue revelado y su testimonio fue transmitido a la sala del tribunal en un monitor que oscureció su rostro y su voz.

Cuando el fiscal le preguntó si Reyes estaba en la sala, el hombre dijo: “Lo estoy mirando”.

En siete días de audiencias, celebradas durante un periodo de tres semanas, declararon 22 testigos y expertos. El 27 de marzo, los jueces deliberaron durante menos de 10 minutos antes de emitir un veredicto: culpable.

Reyes se desplomó en su silla. Unos días después, sería sentenciado a 50 años de prisión.

En la galería, la familia Quiroz estaba sentada con rostro impasible, mientras Juan Carlos agarrando el hombro de su madre. Para ellos, el veredicto fue solo una justicia parcial.

Las autoridades no habían perseguido a dos posibles cómplices que fueron vistos conduciendo con Reyes dos horas después de la desaparición. La familia dice que hay registros telefónicos que pudieron haber llevado a la policía a identificar a uno de los hombres, pero los fiscales nunca los solicitaron.

Los fiscales le han dicho a la familia que deberían estar contentos con la condena, que es mucho más de lo que la mayoría de las víctimas reciben.

La Procuraduría General de Justicia del estado celebró el resultado, emitiendo una declaración anunciando que ayuda a “garantizar la persecución de la justicia en el estado de Morelos” y que las investigaciones sobre el paradero de Albino continúan. La oficina no respondió a las múltiples solicitudes de comentarios adicionales.

Juan Carlos afirma que no descansará, porque sin el cuerpo de su padre, sin una tumba, la familia no puede condolerse debidamente.

Muchos de sus familiares han perdido la esperanza en el sistema de justicia.

Pero comenta que cree que si México continúa invirtiendo en los cambios al sistema, su promesa se cumplirá finalmente.

“Creo que es nuestra única opción para escapar de la crueldad de la violencia que estamos viviendo”, apuntó. “Tenemos que ser capaces de unirnos de nuevo como miembros de la misma comunidad y hacer a los criminales responsables de sus acciones”.

A principios de este año, se mudó a Roma, donde su esposa, una restauradora de arte, consiguió un empleo. Ha seguido intentando presionar a las autoridades desde lejos.

En el país, los miembros de su familia se están asegurando de que el caso no se olvide. A principios de este mes, en la víspera de lo que habría sido el cumpleaños número 73 de Albino, la familia asistió a la misa dominical en Tepotzlán y luego encabezó una solemne marcha por la ciudad.

“Albino Quiroz, vuelve a casa”, gritó Maricela por un altavoz portátil. “Albino, tu familia te está buscando”.

Su destino era la antigua oficina de Reyes, donde Albino fue visto por última vez.

Maricela se paró en medio del camino empedrado, obligando al tránsito a detenerse por ella. Los coches tocaron su bocina. Un conductor se asomó a su ventana y le dijo que se apartara del camino. Ella les hizo lo desestimó a señas.

Miró a la oficina como si su marido aún estuviera allí. “Albino, deberíamos estar celebrando tu cumpleaños”, gritó. “Si tan sólo estas cuatro paredes pudieran hablar”.

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