La otra frontera de México se agita por la mano dura armada a lo largo del río

Tribune Content Agency

CIUDAD DE MÉXICO — Las balsas, hechas con tablas atadas a gruesos tubos, flotan ida y vuelta todo el día, piloteadas por “camareros” que clavan sus varas en lo profundo del lecho del río para guiar sus embarcaciones en una tosca imitación de los gondoleros venecianos.

La carga depende de la dirección. De México a Guatemala, habitualmente son latas de aceite de cocina o sacos de arroz, cajas de Corona o de huevos. En la dirección opuesta, son principalmente personas, muchas de las cuales se dirigen a Estados Unidos. Todo ello, hablando técnicamente, es ilegal, pero los agentes de aduanas e inmigración en el puente internacional nunca le dieron mucha importancia, permitiendo que los cruces del río Suchiate se convirtieran en la piedra angular de una economía próspera en una región empobrecida.

El posible fin de todo esto empezó a principios de este mes, con la llegada de algunos miles de tropas que el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, está enviando a la frontera.

“Los soldados llegaron con sus M-16 y nos dijeron que no querían que trabajáramos”, dijo un hombre de 31 años que usa el apodo de El Gallo. Él se ha estado ganando la vida con su balsa durante más de una década. Como los cientos de otros “camareros” (como les llaman), El Gallo puede ganar hasta 39 dólares al día, una cantidad decente en Ciudad Hidalgo, una localidad de unos 15,000 habitantes que se extiende a orillas del río.

La nueva demostración de fuerza en la frontera está destinada a frenar el torrente de migrantes que escapan de la violencia y la pobreza en Centroamérica, una acción emprendida para apaciguar al presidente Donald Trump después de que amenazó con imponer aranceles a las importaciones mexicanas para castigar al país por no controlar las masas que tratan de abrirse camino hacia Estados Unidos.

Pero el efecto dominó pudiera ser devastador en el estado de Chiapas, el más pobre en México, y en el distrito administrativo de San Marcos, en el suroeste de Guatemala, donde casi dos tercios de la población vive en la pobreza. Una red de proveedores y mensajeros que pedalean triciclos acondicionados en el lado mexicano mantiene a los “camareros” aprovisionados de productos que no están disponibles o son prohibitivamente caros en Guatemala: detergente Ace, crema para la piel Nivea, café instantáneo Nescafé, mayonesa, bebidas nutritivas PediaSure, papel de baño, especias McCormick, etc. Se sabe de balsas que han transportado lavadoras de ropa.

Aunque el comercio fluvial ha existido por generaciones, estalló en los últimos cinco años cuando el peso mexicano perdió un tercio de su valor frente al quetzal guatemalteco. No hay estadísticas oficiales sobre el valor del comercio, pero, según residentes locales, es la actividad empresarial más grande, y casi la única, en la zona.

“Esta industria mantiene a los triciclos, los operadores de balsas, los taxis, los autobuses, todos viven de esto. ¿Qué pasará si desaparece?”, dijo Bertha Alicia Fuentes, de 71 años, quien ha operado una tienda de suministros en Ciudad Hidalgo durante cuatro décadas, vendiendo principalmente yogur y leche para exportar a través del río a Guatemala. “Olvídese. Todos serían pobres”. Sacudió la cabeza y levantó las manos en un gesto de exasperación. “La mercancía necesita seguir fluyendo”.

AMLO ha reconocido que hay 68 puntos en la frontera de 700 millas de México con Guatemala y Belice que no están bien vigilados y ha prometido protegerlos. Maximiliano Reyes, subsecretario de relaciones exteriores para Latinoamérica y el Caribe, dijo en un viaje reciente al área que las balsas del Suchaite “son uno de los principales medios de inmigración irregular” y que son “algo que necesitaremos vigilar”. Francisco Garduño, el nuevo jefe de la agencia nacional de migración, fue más lejos y dijo que el tráfico de las balsas sería detenido.

El Gallo, que no dio su nombre por temor a represalias, dijo que comprende lo que quieren combatir el presidente y las tropas. “Los soldados son empleados, igual que nosotros, y necesitan cumplir con su deber”, dijo, inclinándose contra una caja de cerveza a la sombra de una lona. Y “AMLO hizo lo que tenía que hacer”, bajo la presión de Trump.

Lo que los formuladores de políticas en la Ciudad de México quizá no comprendan, sin embargo, es lo que una frontera diligentemente patrullada con Guatemala realmente significaría, dijo El Gallo. “Esta ciudad y Tapachula estarían en bancarrota. La mayoría de la gente que compra aquí son guatemaltecos”.

Las tiendas en la cercana Tapachula, una ciudad de más de 300,000 habitantes que es la más grande cerca de la frontera sur, pudieran salir perjudicadas. Incluyen a Walmart, Sam’s Club y Chedraui, todas populares entre los guatemaltecos que pueden permitirse viajar en balsa (el viaje de cinco minutos habitualmente cuesta unos dos dólares) para abastecerse.

La frontera de México con Guatemala ha sido porosa o incluso indefinida durante siglos, y El Gallo es un típico residente de la región que va y viene libremente. Es guatemalteco pero vive del lado mexicano. Sus padres lo llevaron a los EU cuando tenía cuatro años y creció en California, donde aún vive su madre. Dijo que se unió a una pandilla cuando era adolescente, fue arrestado por cargos de posesión de drogas y deportado cuando tenía 20 años.

Cambia a la perfección entre inglés y español. Está casado con una mexicana y tienen un hijo de nueve años. Su esposa votó por AMLO; ella mira religiosamente las transmisiones diarias de las conferencias de prensa del presidente. Aprueban sus propuestas para pagar pensiones más altas a los ancianos y otorgar más becas a los estudiantes. Al igual que muchos observadores expertos, no tienen confianza en que su estrategia de enviar tropas a la frontera funcionará.

Enrique Vidal Olascoaga, un abogado del Centro de Derechos Humanos Fray Matías en Tapachula, dijo que ve inconvenientes. “Lo único que va a hacer una militarización de la frontera es hacer que el cruce de personas sea más peligroso y costoso”.

Maynor Guillén, un delgado muchacho de 19 años de edad originario de Honduras que acababa de cruzar el río, dijo que el abogado tiene razón: Guillén estaba haciendo su segundo intento de llegar a los Estados Unidos y no tiene intención de rendirse. “He leído que van a enviar más soldados para evitar que crucemos”, dijo, de pie frente a la oficina de Tapachula de la Comisión Mexicana de Ayuda a los Refugiados. “Pero no tengo miedo”.

(Michael McDonald contribuyó a este informe).

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