Este restaurante italiano en la California rural sirve segundas oportunidades

Tribune Content Agency

ALTURAS, California — En un restaurante italiano de esta localidad rural (donde se sabe que los ciervos utilizan el paso peatonal porque aparentemente han aprendido que los coches se paran frente a líneas pintadas), Stan Yagi señaló a tres empleados: uno que prepara la masa arrojándola al aire, otro que le pone la salsa y otro que reparte las pizzas.

“Delincuente, delincuente, delincuente”, declaró.

Sandy Pickett, quien ha trabajado en el restaurante durante 28 años de los 30 en que ha funcionado, frunció los labios.

“Los llamo ‘compañeros de trabajo’”.

El trío (asaltabancos, incendiario, ladrón) se encogió de hombros. No es un secreto que Yagi contrata a ex convictos. En este rincón del noreste de California, el hombre originario de Hawái se especializa en dar una segunda oportunidad a la gente.

No era algo que se propusiera hacer.

Yagi quería ser profesor de matemáticas, pero terminó siendo dueño de una pizzería a pesar de que odia cocinar. Había encontrado una manera de ganarse la vida, pero dijo que no había encontrado un sentido de propósito. Un día, hace unos 15 años, estaba en el restaurante, ya de mal humor, cuando uno de sus cocineros (un joven con un pasado y una mecha corta) entró a la fuerza.

Un policía lo había molestado en su camino al trabajo.

Yagi se lanzó a darle consejos, ya que es el primero en admitir que tiene la costumbre de hacerlo.

“Tienes antecedentes y estás vestido como un matón. Trata de usar tu ropa de trabajo al venir aquí, solo inténtalo”, sugirió.

Una semana después, Yagi le preguntó al cocinero si el policía lo había seguido de nuevo.

“Sí”, dijo. “Se detuvo y me preguntó si quería un aventón al trabajo”.

En ese momento, dijo Yagi, sabía que “mi propósito estaba aquí delante de mí, y lo había estado haciendo todo el tiempo sin darme cuenta”.

No hay muchos candidatos para el trabajo en este pueblo rural de unos dos mil 500 habitantes, y él tenía una serie de empleados que no podían conseguir trabajo en ningún otro lugar.

“Lo que aprendí fue que a muchos de estos tipos se les dio una mala mano al principio, y les vendría bien algo de ayuda para nivelar las cosas”, entendió Yagi. “Todos necesitaban a alguien que les enseñara sobre la vida”.

Yagi se mudó originalmente a Alturas desde Modesto porque su “primera ex esposa” estaba embarazada y quería estar cerca de su familia. (Tiene dos ex y duda que tenga una tercera esposa). El campo para las citas es pequeño para un hombre de 54 años en el Condado de Modoc, afirmó). El letrero de bienvenida del pueblo anunciaba que aquí era “Donde aún vive el Oeste”, como lo hacían las amplias llanuras de salvia, enebro y ganado.

Aún así, el hawaiano nativo sintió una sacudida de reconocimiento.

“Dije: ‘Cielos’. Así es como crecí. En un pueblo pequeño. Todos conocían los asuntos de todos”, indicó Yagi.

Cuando era adolescente, no podía esperar para irse. “Todos gritaban, ‘¿Cuándo vas a ir a la universidad?’ ‘¿Qué vas a hacer para trabajar?’ ‘¡Conozco a tu padre!'”, recordó Yagi. “Pero llegué aquí y me sentí muy feliz de estar en casa de nuevo.”

En Alturas, con un bebé en camino, Yagi habría aceptado cualquier trabajo. Puso la universidad en compás de espera (para siempre, resultó), y comenzó a cocinar en “Pasta and Pizza”. Eventualmente se convirtió en el dueño principal y cambió el nombre a Antonio’s Cucina Italiana, para encabezar las listas alfabéticamente y porque a Yagi le gusta la forma en que la gente que trabaja en los restaurantes italianos en las películas son como una familia.

En una reciente noche entre semana, David Cheney estaba ocupado preparando la masa.

Había robado un banco cuando era “joven y muy estúpido”, confesó. Fue atrapado por el FBI y, después de cumplir su condena, terminó trabajando en Antonio’s. Pero hace dos años se había “enojado por algo tonto” y le dijo a Yagi que renunciaría.

“Fue una ira totalmente fuera de lugar”, recordó Cheney, de 36 años. “No tengo nada más que respeto por el hombre. Se trataba de muchas otras cosas”.

Encontró trabajo en un aserradero pero se lesionó la espalda, y veía a los Yagi por la ciudad (viven en la misma calle), pero Cheney bajaba la cabeza y no decía nada.

“Finalmente fui a ver a Stan y le dije: ‘Lo siento, me equivoqué’. No se me ocurrió qué más decir. Pregunté si podría volver alguna vez. Me contestó: ‘Bien, ¿cuándo quieres empezar?’”

Este día, Trevor Breckenridge, el nuevo empleado de Antonio’s, entraba y salía por la puerta de atrás para tomar y entregar pizzas.

Cuando es su turno en la línea de pizzas, tiene un don para aventar la masa. Piensa que es porque solía ser un girador de carteles, a veces vestido como la Estatua de la Libertad. “Es la misma idea, diferente consistencia”, comparó.

El ingreso promedio en el pueblo es de aproximadamente 24 mil dólares al año; aun así, Breckenridge dijo que todos los clientes dan buenas propinas (por lo menos a principios de mes). Entre las entregas, describió su niñez: “Nunca tuve la atención de la persona que se suponía que debía cuidarme”, indicó Breckenridge, un conocimiento obtenido durante una terapia de grupo en la prisión.

Durante la mayor parte de su juventud evitó las drogas y luego probó la heroína. “Pasé de la nada a un gramo al día y a lugares tan oscuros que no se los desearía ni a mi peor enemigo”, afirmó.

Breckenridge llevaba dos años limpio cuando recibió una llamada informándole que era sospechoso de un fraude de seguros por un incendio provocado de hace cinco años, confesó de inmediato. Hacer las paces es parte de la recuperación. Pudo ver nacer a su hija, quien ahora tiene cinco años, antes de que partir para cumplir su sentencia.

“Estuve tan agradecido por eso, no pude haber pedido más”, señaló. “Pero luego me perdí los primeros dos años y medio de la vida de mi hija”.

Una vez fuera, no podía conseguir un empleo.

Él y su esposa vivían en un remolque de viaje sin agua entubada cerca de Temécula. Su hija vivía con su abuela. Recibió una llamada de un amigo de toda la vida que se había mudado al norte hace años y encontró un empleo en Antonio’s. Dijo que también había trabajo para Breckenridge.

Solo cuando su amigo lo llevó a Alturas e hizo las presentaciones (después de que Yagi vino a rescatarlos cuando el auto se descompuso), Breckenridge se dio cuenta de que Yagi no sabía que vendría.

“Stan me miró parado ahí, yo muriéndome por dentro, y me dijo que viniera para la orientación al día siguiente”, relató.

El trabajo le ha dado a Breckenridge una probada de la estabilidad. Él y su esposa están a punto de mudarse a una casa, donde su hija tendrá su propia habitación por primera vez.

Ser objeto del amor duro de Yagi vuelve locos a algunos de sus compañeros de trabajo en el momento, pero más tarde se dan cuenta de que tiene razón, reveló Breckenridge.

“No se equivoca en lo que nos dice, es solo su forma de entrega. Algo como un padre rudo. ‘¡Haz esto! No hagas eso!’”

“Pero soy un observador de la gente”, dijo Breckenridge. “Así que solo observo cómo Stan cuida de su hija, cómo es y cómo nos volvió a todos su familia, como se supone que debe ser en un restaurante italiano”.

Hace cinco años, Yagi se enfrentó a su propia época oscura.

Un día no vino a trabajar, así que Pickett y otro empleado fueron a su casa. Yagi estaba borracho, tenía un arma y amenazaba con suicidarse después de regresar de un viaje a Hawái.

“Lo que pasó fue que … mi padre murió”, sollozó Yagi. “No le conté a nadie aquí que él se había colgado de la barandilla, y yo lo encontré”.

Yagi dijo que cuando él era joven, su padre era un hombre tranquilo que hacía hincapié en el trabajo duro y rara vez le hablaba. Pero el día en que Yagi se fue de casa, dijo, su padre le comentó: “La familia significa que siempre puedes volver”.

Después de una estancia en rehabilitación, Yagi tomó un curso de prevención de suicidio. Su certificado está colgado en la pared de Antonio’s, cerca de los baños. Ha añadido “No tengas miedo de hablar con alguien” a sus frecuentes exhortaciones, que incluyen “Cinco minutos antes de tiempo es la mejor hora”.

Si Yagi considera que su trabajo es cuidar de sus empleados, Pickett considera que su trabajo es dirigirlo.

Su apodo para su jefe es “el inocentón de todo el día”.

“No sabe dónde trazar la línea”, concluyó. “Pero no se puede negar, ha cambiado vidas”.

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