LOS ÁNGELES — Paul Wilson se paró tras el atril del hotel del centro de Los Ángeles, sacó un discurso de sus pantalones de mezclilla y se preparó para honrar al hombre que ayudó a salvar la vida del asesino de su esposa.
El momento, que se fue fraguando durante ocho años, comenzó un día de octubre de 2011 cuando Scott Dekraai entró en un salón de belleza de Seal Beach. Una vez dentro, desató el peor tiroteo en masa de la historia del Condado de Orange.
Ocho muertos, incluida Christy Wilson, quien cayó en una silla de peluquería con dos heridas de bala.
El abogado encargado de representar a Dekraai era Scott Sanders.
Wilson lo odiaba. Desgarró a Sanders en la prensa, cuestionando su moralidad. Las diferencias físicas entre el marido afligido y el abogado de oficio solo aumentaban su desprecio.
Musculoso, tatuado y con un copete impresionante, Wilson parecía sacado de las primeras filas de un concierto de Social Distortion. Sanders llevaba lentes de armazón delgado, tenía el cabello despeinado y una barba gris. Wilson habla con el acento típico el sur de California; después de un cuarto de siglo aquí, Sanders todavía se aferraba al acento de Chicago.
“Creía que Scott era una escoria”, describió Wilson. “No conozco a nadie en mi lugar que no lo hubiera odiado también al momento de verlo”.
Y aún así, Wilson estaba el año pasado en el hotel del centro, elogiando a Sanders ante un público entusiasta.
“Estoy aquí diciendo lo que nunca pude haber predicho”, dijo Wilson a la Sociedad de Periodistas Profesionales de Los Ángeles. “Scott Sanders no es solo alguien a quien he llegado a llamar mi amigo. Respeto su ética de trabajo, su honestidad y su incansable compromiso de hacer que el sistema de justicia penal funcione de manera justa”.
La forma en que esto sucedió es un relato de un crimen notorio, la búsqueda por la justicia (para los muertos y el acusado) y las formas, en su mayoría invisibles para el público, en que los engranajes de la justicia penal pueden funcionar. O no.
Sanders y Wilson han filmado segmentos para una campaña del Innocence Project contra los informantes de la cárcel. Se hablan o se escriben mensajes de texto diariamente, y pasan el tiempo con las familias de cada uno.
Cómo sucedió eso implica un embrollo de un año conocido como el “escándalo de los soplones”.
Mientras representaba a Dekraai, Sanders descubrió una red de informantes de la cárcel que, dijo, los ayudantes del alguacil del Condado de Orange operaban para extraer admisiones de culpabilidad de los reclusos antes de que tuvieran representación legal. La oficina del fiscal del Condado de Orange los usó para ganar condenas durante décadas.
Al principio, Sanders solo quería salvar a Dekraai de la pena de muerte; no tenía dudas de su culpabilidad. Pero luego, Sanders se enteró de que el recluso con el que su cliente había hablado también figuraba en otro caso de asesinato de alto perfil en el que estaba trabajando. El abogado de oficio pidió a sus asistentes que revisaran otros casos en que él había litigado, y notó que los mismos reclusos seguían obteniendo confesiones como algún prelado de la prisión.
Sanders pidió que los fiscales del Condado de Orange fueran expulsados del caso de Dekraai. El entonces fiscal de distrito, Tony Rackauckas, rechazó el argumento de Sanders en “60 Minutes” como una “conspiración” y una “narrativa falsa”.
Wilson acusó a Sanders en el tribunal de tener “sangre en (sus) manos” con sus tácticas, las cuales retrasaban el juicio y, a sus ojos, la justicia para su esposa asesinada.
A principios de 2014, Sanders presentó una petición de más de 500 páginas apoyada por 15 mil páginas de pruebas que argumentaban que Dekraai no podía recibir un juicio justo debido al uso prolongado de informantes de la cárcel ilegales por parte de los fiscales del Condado de Orange y el Departamento del Alguacil. Ese fue el mismo año en que Dekraai se declaró culpable de la masacre de Seal Beach. Entonces, el caso se estancó mientras el juez de la Corte Superior del Condado de Orange Thomas Goethals celebraba audiencias para dejar a Sanders formular su argumento.
Desde el principio, Sanders supo que Wilson sería franco.
“Me di cuenta de que Paul iba a ser una voz desde el principio”, detalló Sanders. “Estaba furioso, y con razón. Su mirada era como dagas, todo el tiempo”.
Wilson atacó con gusto al defensor público en la prensa, diciéndole una vez al Orange County Register que las peticiones de Sanders “nos estaban matando en más de un sentido”. En la corte, Wilson acusó a Sanders de “destruirnos aún más de lo que ya hemos sido destruidos”.
Ningún momento fue demasiado pequeño para que Wilson se metiera con el abogado. Una vez, mientras esperaban fuera de la sala de un tribunal de Santa Ana, Sanders parecía más agobiado que de costumbre.
“Le dije: ‘Oye, tal vez quieras fajarte la camisa para estar más presentable'”, recordó Wilson. “Y me miró como diciendo: ‘Déjame en paz’”.
Pero a medida que las semanas de retraso se convirtieron en meses, y luego en años, Wilson sospechó.
Se dio cuenta de que Goethals, a quien alababa como un “hombre compasivo y brillante”, seguía haciendo preguntas más duras y severas a los fiscales. Escuchó atentamente mientras Sanders interrogaba a los ayudantes del alguacil y a los fiscales; las respuestas le sonaban a Wilson más como un nervioso intercambio de culpas y equivocaciones que como las confiadas declaraciones del pasado. Se preguntaba: ¿Sanders tenía razón?
Al final, Wilson se dedicó a criticar a Rackauckas y al departamento del alguacil. Su relación con los fiscales, una vez cálida, se volvió fría. En 2015, Wilson apareció en Al-Jazeera America y declaró que Sanders estaba “haciendo más que su trabajo”.
“Casi me caigo”, comentó Sanders.
Goethals retiró a toda la oficina de Rackauckas del caso Dekraai y lo envió a la oficina del fiscal general de California. Wilson aumentó sus elogios públicos a Sanders, pero los dos no se reconocían en la corte más allá de un silencioso asentimiento con la cabeza de vez en cuando.
“La gente que dijo que nos aferráramos a nuestro odio (a Sanders) resultó ser tan desgarradoramente inepta como uno se pueda imaginar que pueda ser el sistema de justicia penal. Paul finalmente lo vio”, indicó Bethany Webb, quien demandó al alguacil del Condado de Orange y a la oficina del fiscal del distrito en 2018 por el escándalo. Su hermana, Laura Webb Elody, murió en la masacre de Seal Beach; su madre, Hattie Stretz, sobrevivió.
No fue hasta 2017 que Dekraai fue sentenciado por los asesinatos. Goethals le dio ocho cadenas perpetuas consecutivas.
Unos días después, Wilson se quedó atascado en el tráfico de la hora pico. En los años posteriores al tiroteo, se había reunido con los padres de las víctimas de la escuela primaria Sandy Hook y visitó Washington y Sacramento para cabildear a favor del control de armas.
Ahora, Wilson llamó a la línea general de la oficina del defensor público del Condado de Orange, esperando dejar un mensaje de voz. La línea sonó una vez antes de que escuchara una voz familiar.
“Hola, Paul, ¿cómo estás?”, le dijo Sanders. “Tenía el presentimiento de que esta charla iba a ocurrir”.
El escándalo de los soplones había cambiado la política del Condado de Orange.
La Alguacil Sandra Hutchens se retiró en lugar de enfrentar la reelección. Rackauckas, una figura política aparentemente indomable en el condado, perdió en su intento de tener un sexto mandato como fiscal de distrito en 2018.
Todd Spitzer, actual fiscal superior del Condado de Orange, determinó que la controversia fue “como un ancla que nos arrastró al fondo del océano”. Las solicitudes de empleo para incorporarse a la oficina declinaron y el Departamento de Justicia de Estados Unidos comenzó a entrevistar a los fiscales como parte de una investigación.
Spitzer lanzó su propia investigación interna en abril. Una investigación estatal iniciada por la entonces fiscal general Kamala Harris y heredada por el actual, Xavier Becerra, no llegó a ninguna parte.
Wilson, mientras tanto, se había convertido en el doctor Watson de Sanders en su papel de Sherlock Holmes.
Durante el día, el ejecutivo de la industria del vestido de 54 años se sienta en los tribunales varias veces a la semana para tomar notas que comparte con Sanders. Las notas de Wilson ayudan a Sanders, de 51 años, a argumentar en las mociones ante la corte de que el mal comportamiento continúa en la aplicación de la ley del Condado de Orange.
Por la noche, los dos hacen apariciones conjuntas ante clases universitarias, grupos comunitarios y conferencias legales desde Irvine a Utah y más allá.
“Hay un aluvión de reformas en todo el país en el que los legisladores están examinando más de cerca a los informantes de las cárceles, inspirados por la debacle del Condado de Orange”, dijo Alexandra Natapoff, autora del libro de 2009 “Snitching: Criminal Informants and the Erosion of American Justice” y codirectora del Centro de Leyes, Sociedad y Cultura de la Universidad de California en Irvine. “Son parte integral de esto”.
Charlotte Samuels, una profesora de ciencias políticas de Fullerton College, pidió a Sanders y Wilson que hablaran ante una sala de conferencias llena la primavera pasada.
“Quería que mis estudiantes fueran conscientes de que aún pueden estar en el servicio público y ser nobles”, apuntó Samuels. “Me recuerdan a ‘El Sr. Smith va a Washington’. Sé que es idealista, pero está ahí”.
Goethals, quien ahora es juez del Tribunal de Apelaciones de California, dijo que la relación entre los dos hombres es inusual.
“Nunca antes había visto una circunstancia en la que el cónyuge superviviente en un caso de asesinato alcanzara el tipo de relación que el señor Wilson tiene con el señor Sanders”, puntualizó Goethals. “Es realmente única”.
Eso no quiere decir que siempre estén de acuerdo. Wilson hizo campaña por Spitzer contra Rackauckas pese a las dudas de Sanders.
Después de asumir el cargo, Spitzer ascendió al fiscal principal en el caso de Dekraai, que luego renunció tras la investigación federal. Esta decisión, junto con otras, hizo que Wilson y Sanders criticaran a Spitzer. El fiscal respondió a las críticas de Sanders, diciendo que se estaba “extralimitando” en algunas de sus mociones.
Pero Spitzer se resistió a criticar a Wilson, diciendo: “Por mucho que quiera estar molesto y enojado con él, no me permitiré estarlo”. Spitzer llamó a Wilson un “hombre razonable y honesto que fue realmente afectado por el sistema”.
En un restaurante del centro de Santa Ana durante un receso del tribunal, Sanders y Wilson contaron su saga como viejos amigos que se ríen de un viaje de campamento.
Su excavación más reciente descubrió una auditoría interna previamente no divulgada por el Departamento del Alguacil del Condado de Orange que encontró que los subalternos regularmente no registraban la evidencia a tiempo. La oficina de Spitzer está investigando el asunto.
“Paul no es un empleado de la ley, pero es mejor en algunos aspectos”, aseveró Sanders. “Es un ciudadano común que escucha a otro nivel, por lo que ha pasado”.
“Tienes que entender”, interrumpió Wilson. “Nunca había estado en un tribunal antes de lo que le pasó a Christy. Así que por primera vez estar en él, ver al sistema de justicia derrumbarse como lo hizo, es espantoso. Por eso estoy aquí ahora”.
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